Entrenamiento duro el que me espera hoy junto a mis compañeros de fatigas. Una Alameda otoñal, fría, desapacible y más melancólica que de costumbre será, por no variar, el lugar de encuentro. A pesar de ello, sigue siendo un lugar privilegiado para correr (en contra de los extraños intereses de los mandatarios municipales). Eso de enfilar en cada vuelta la recta del "Paseo de los Leones", con la imponente fachada del Obradoiro a un lado, es algo indescriptible. A veces me parece, en ese tipo de situaciones, estar soñando.
Además de las intensas lluvias, empieza a notarse el frío. El invierno está próximo. Pero la meteorología no es capaz, en ningún caso, de abatir nuestro ánimo. No sólo por el magnífico escenario, sino también por el grupo humano que allí nos juntamos. Tiramos los unos de los otros como si nos fuese la vida en ello. Unos días series, otros rodajes, otros cambios de ritmos, otros cuestas... Las semanas pasan y el cuerpo va asimilando el trabajo, a base de disciplina espartana. Y cuando a uno le puede el cansancio, la gripe o un dolorcillo molesto, los demás están ahí para animarle y hacerlo volar. Cuánto se agradece tener a un Arturo, un Manuel, un Christian, un Ángel, una Marina, etc., etc., al lado...
Gran deporte este. Y grandes personajes anónimos los que surcan los caminos de los parques, aceras, carreteras, tartanes... invadiendo paisajes y venciendo a la pereza día tras día. Compañerismo extremo, del que no abunda en este mundo tan egoísta. La competencia se reduce, en la mayoría de los casos, a luchar contra uno mismo, contra sus limitaciones y sus miedos...
Ya lo decía mi buen amigo Póstol, cuando me enganchó a esto de correr: "Solo se va bien, pero ¡qué bien se va acompañado! Nada que ver".
Pues eso, que allá voy...
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